La globalización, el concepto que marcó la última década del siglo XX

Una de las consecuencias más importantes del final de la Guerra Fría –acontecimiento que se precipitó en 1989 con la caída del muro de Berlín– se generó por la aceleración de un proceso que había comenzado en los años 70 en el mundo occidental: se lo conoció como globalización. La investigadora argentina del Instituto Gino Germani María Cristina Reigadas señaló sobre el concepto que, "en un mundo planetario y transnacionalizado, los espacios nacionales se hallan sometidos a la acción de fuerzas tanto integrativas como desintegrativas, que expresan la ambigüedad y conflictividad existente entre el proceso de globalización que borra fronteras económicas, políticas, sociales y culturales, y la persistencia e irrupción de múltiples y diversas singularidades que impiden sostener su carácter unidireccional y adjudicarle un sentido unívoco a los cambios y transformaciones que comporta".
Durante los años 90, muchos expertos señalaban que la crisis a la que asistíamos era la desintegración del Estado nacional moderno como lo conocíamos, debido a que los influjos globalizadores, sobre todo, en el campo financiero, visibilizaron la incapacidad de los Estados para oponerse a los efectos de las decisiones de las corporaciones de escala global, y sus consecuencias en los ámbitos nacionales. Una suba de medio punto en la tasa de interés por el tesoro estadounidense, produce un tembladeral financiero en los mercados emergentes, por ejemplo. Los Estados por supuesto que no desaparecieron, pero su legitimidad fue puesta a prueba en ese fin de siglo. Aunque en otros aspectos, la cuestión revalorizó la actuación de los gobiernos locales –las ciudades– por la mayor cercanía de sus gobernanzas a sus representados, porque conocían mejor las singularidades sociales, culturales y económicas de la región que abarcaban. En ese espacio, donde lo global choca con los particularismos identitarios de cualquier comunidad local, se producía lo que Reigadas proclamaba, como explosión de la diferencia.
Los pensadores Jordi Borja y Manuel Castells afirmaron en el libro Local y global, la gestión de las ciudades en la era de la información que "la globalización de la economía hace depender la riqueza de las naciones, empresas e individuos, de movimientos de capital, de cadenas de producción y distribución y de unidades de gestión que se interrelacionan en el conjunto del planeta, socavando por tanto la especificidad de un determinado territorio como unidad de producción y consumo."
El aspecto al que se refieren los catalanes es el económico, pero las fuerzas integrativas y desintegrativas de las que habló Reigadas actúan de la misma forma en el aspecto político, social y cultural.
La fragmentación y desintegración de los tejidos sociales urdidos al calor de la modernidad, paradójicamente, convergieron, al mismo tiempo, en un modelo de estandarización consumista de los estilos de vida de las sociedades posmodernas posteriores a los 80. El retiro del Estado de bienestar y la aplicación de las recetas económicas neoliberales, al contrario de lo que proclamaron sus enunciadores económicos, acentuaron la brecha social en el tercer mundo y por qué no decir también que eso pasó en muchas comarcas primermundistas, aunque en menor escala.

Uno de los principales funcionarios de la presidencia de Clinton, Robert Reich (secretario de Trabajo), afirmó en los años 90 que "estamos pasando por una transformación que modificará el sentido de la política y la economía en el siglo venidero. No existirán productos ni tecnologías nacionales ni siquiera industrias nacionales. Lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la población que compone un país. Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos".
La aceleración de los flujos globalizadores por el influjo de las nuevas tecnologías de la información contribuyeron a acrecentar esa competencia. La realidad global se transformó en las últimas décadas del siglo pasado debido a la innovación tecnológica. Antes de esto, reinaba la sociedad industrial a la que Zigniewb Brzezinski (asesor de Jimmy Carter) bautizó como la sociedad tecnotrónica. Pero después de 1989 comenzó una nueva versión de esa sociedad tecnotrónica. Allí los procesos industriales, las formas de organización social y productiva, los sistemas de educación, el acceso al consumo, entre otros procesos se vieron modificados por la introducción de las nuevas tecnologías de información y la electrónica. Así afirmó Brzezinski: "La humanidad se convierte en algo más integrado e íntimo a pesar de que las diferencias que existen entre las condiciones de las sociedades se ensanchan. En estas condiciones la contigüidad, en lugar de promover la unidad, genera tensiones estimuladas por un nuevo sentimiento de congestión global".
La posguerra fría parió la crisis de la modernidad o, como lo señaló J. J. Sebreli, en su libro de 1991, se produjo un asedio a la modernidad. A pesar del final del paradigma positivista del progreso incontenible, el progreso tecnológico en sí continuó, la ciencia se convirtió en el capital más poderoso que poseía una nación, pero lo que quizás se pusieron en cuestión fueron las utopías, o como lo llamaban en los 90 algunos autores, "los grandes relatos" de la modernidad. El avance tecnológico no eliminó el hambre en el mundo, las pandemias de esa época como el sida, las guerras asimétricas y civiles de baja intensidad, la amenaza nuclear o una lenta agonía del territorio africano. La influencia determinante de los medios masivos a escala global y de las industrias culturales transnacionales llevaron a pensar que la homogeneización que provocaban los procesos globalizantes se podía convertir en una nueva ideología de dominación y control de la sociedad global. La explosión de la diferencia era quizás una forma de reacción a nivel local de las comunidades fragmentadas y cada vez más concentradas en grupos sociales primarios, como afirmaba Oscar Terán, en su trabajo La idea nacional (La Argentina en el siglo XX, Ariel-UNQ, 1999).
Dejamos acá, y justo suena en la radio una canción de los 80: El futuro llego, hace rato/todo un palo, ya lo ves.