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ENCRUCIJADAS DEL SIGLO XX

Sueños imperiales: Mussolini busca emular a los césares en Etiopía

Crédito: Gentileza

A mediados de la década del 30 del siglo pasado, el mundo se encaminaba trágicamente a un nuevo conflicto mundial, a partir de la llegada de Adolfo Hitler a la Cancillería alemana en 1933. A fines de la década anterior, en 1929 se había producido el crac de la bolsa de New York, que disparó la gran depresión económica de 1930 en la mayor parte del mundo, arrasando la recuperación posterior a la I Guerra Mundial, y con ello a varios gobiernos, como el de la República de Weimar. En las costas del Mediterráneo, diez años antes, Benito Mussolini, fundador del Partido Nacional Fascista de Italia, se había hecho con el poder peninsular.

El Duce combatió en la Gran Guerra, e incluso en su juventud militó en el socialismo. En 1919 dio un giro ideológico y acabó siendo uno de los promotores del descontento italiano para con los términos del Tratado de Versalles, que no otorgó grandes concesiones al país, a pesar de haber quedado en el bando vencedor. 

Para aumentar la presión al gobierno del rey Víctor Manuel III en las calles, Mussolini fundó la organización paramilitar denominada Camisas Negras en 1921. Además, fue precursor de la agitación política como herramienta de desestabilización, a través de los artículos que publicaba en la prensa, en el diario Il Poppolo, de Italia.

El crecimiento del fascismo era incontenible, por la debilidad del primer ministro Luigi Facia, y cierta complicidad del soberano de la casa de Saboya. La presión fue en aumento y, a fines de octubre de 1922, se organizó la Marcha sobe Roma, que encaramó en el poder al creador del fascismo casi sin violencia. En noviembre lo eligieron presidente del Consejo de Ministros con abrumadora mayoría. Al igual que ocurriría con Hitler en 1933, la llegada al gobierno, más allá de la presión ejercida con el movimiento fascista, siguió en cierta medida los carriles institucionales. 

Desde el poder, el Duce fue estableciendo mecanismos y tomando decisiones de política interna y sobre relaciones exteriores, que fueron modelando un Estado corporativo hasta que en 1925 oficializó la dictadura fascista, aunque conservando un parlamento totalmente adicto. Entre las primeras, se puede mencionar la legalización de los Camisas Negras como Milizia Nazionale. En cuanto a lo diplomático, sobresalió el reconocimiento de Yugoslavia de la soberanía italiana sobre Fiume (hoy Rijeka, en Croacia), con la firma de un tratado.

La concentración del poder en la figura del dictador se convirtió en un rasgo clave del fascismo. Todos los estamentos públicos estatales y no estatales fueron intervenidos o controlados por el régimen, con sentido corporativo. Hasta comienzos de los años 30, el Duce se dedicó a consolidar su poder interno e intentar convertir a Italia en una potencia económica y militar que rivalice con las grandes. Entre sus objetivos estaba potenciar la flota de guerra a fin de revivir la idea romana del Mare Nostrum mediterráneo (mar nuestro). 

El ascenso de Hitler y el impulso que dio al rearme alemán, junto a las coincidencias ideológicas totalitarias, acercaron a Mussolini a la órbita del III Reich. La ambición imperialista alimentó  el objetivo de ampliar los dominios coloniales que se limitaban a Libia en el Magreb, junto a una parte de Somalia y la Eritrea, en el cuerno de África; región estratégica por la navegación del canal de Suez y la salida del mar Rojo al océano Índico. Para 1934 la mirada del dictador italiano se posó en el reino etíope, un antiguo sueño de conquista de los peninsulares. Etiopía era una de las pocas naciones independientes de África desde el siglo XIX, habiendo repelido una invasión italiana en 1895. Las tropas del negus (emperador) Menelik propiciaron una humillante derrota al ejército agresor en Adowa, lo que puso fin a la agresión y conservó la independencia del reino. Para 1934 la situación no varió y los etíopes quedaron en la mira de los proyectos coloniales de Mussolini, ya plenamente integrado a la futura alianza del Eje, con Alemania y Japón, que se sellaría en 1936. 

En 1935, Italia atravesaba dificultades económicas por las consecuencias de la gran depresión del comercio mundial de 1930. Por lo cual una guerra colonial ofrecía al Duce la oportunidad de tocar la fibra nacionalista y los sueños de grandeza de su pueblo. El 3 de octubre de 1935, un ejército de cien mil soldados invadió Etiopía desde la colonia de Eritrea en el norte, mientras que una fuerza más pequeña lo hacía desde el sur partiendo de la Somalia Italiana.

A diferencia del conflicto de fines del siglo anterior, en 1935 los italianos contaban con una superioridad tecnológica total sobre el ejército abisinio del negus Haile Selassie. La artillería, carros blindados y la aviación militar fueron demasiado para un mal equipado aunque voluntarioso ejército etíope. Aun así, las características del clima y el terreno, más las dudas iniciales del mando peninsular retrasaron el avance y pusieron nervioso al dictador, que decidió colocar al frente de sus fuerzas al general Badoglio, de su máxima confianza, más decidido a conquistar el África oriental. 

Una obra muy interesante inspirada en el conflicto es la novela Cry Wolf (Viene el lobo), de 1978, obra del escritor sudafricano Wilbur Smith, autor de muchísimas historias sobre el África. La novela recrea una saga de dos aventureros norteamericanos y una periodista que venden cuatro vehículos blindados recuperados de la chatarra a los etíopes, quienes exigen para efectivizar el pago que los transporten hasta la zona de guerra.

La historia romantiza una lucha desigual de los etíopes contra un enemigo superior en tropas y medios de combate. Las tácticas de los invasores incluyeron el uso del gas mostaza (prohibido por la Convención de Ginebra) y bombardeos a la población civil en las ciudades, que se repetirían en gran escala en España a los pocos meses con el estallido de la guerra civil. La Sociedad de las Naciones (antecesora de la ONU, con sede en Suiza) fue incapaz de frenar la agresión de Mussolini. 

El 6 de mayo de 1936, Badoglio y sus tropas entraban en la capital Addis Abeba, mientras Haile Selassie marchaba al exilio en Inglaterra ayudado por los británicos. Pocos años después volvería triunfante con ayuda de los aliados durante la II Guerra Mundial para terminar con el sueño imperial del Duce. 

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