Para ver esta nota en internet ingrese a: https://www.republicadecorrientes.com/a/35240
ENCRUCIJADAS DEL SIGLO XX

Un final para los zares: los bolcheviques asaltan el Palacio de Invierno

Crédito: Gentileza

Para cerrar esta serie sobre cuestiones imperiales del siglo pasado, nos parece oportuno referirnos al final de uno de los imperios más importantes de Europa: la Rusia de los zares. La revolución bolchevique y la emergencia de la URSS acabó con el dominio de los zares y se transformó en uno de los acontecimientos más relevantes del siglo XX porque sus consecuencias persisten hasta la actualidad, más de cien años después de sucedida. Rusia, singularmente, es el país más extenso de la Tierra y el único que alguna vez abarcó 3 continentes: Europa, Asia y América; hasta que, en 1867, EE. UU. les compró Alaska, por poco más de 7 millones de dólares de aquella época.  El imperio ruso terminó de conformarse como tal en el siglo XVIII durante el tramo final del reinado de Pedro el Grande (de la dinastía Romanov), quien conquistó las costas del mar Báltico, consiguiendo romper un largo aislamiento del zarato. Dos décadas antes, había fundado San Petersburgo, sobre el río Neva y el golfo de Finlandia en el Báltico, a la que convirtió en la capital imperial, dotándola de inmensos y costosos palacios. 

Como muchos imperios modernos, Rusia constituyó por su enorme extensión un gigantesco mosaico multiétnico, cultural y religioso. No obstante, teniendo en cuenta que el origen de los rusos se remonta a los pueblos eslavos del este, que adoptaron la religión cristiana ortodoxa tempranamente, se convirtieron en la elite política luego del fin del dominio mongol. A comienzos del siglo XX, Rusia era una gran potencia que rivalizaba en sus fronteras occidentales con tres grandes imperios aliados entre sí: Alemania, Austria-Hungría y los otomanos. Paradójicamente, el primer conflicto estalló en el oriente, al enfrentar al naciente y novel imperio japonés, que hasta 1860 era una atrasada nación feudal insular. La disputa por la península coreana y el enclave de Port Arthur (hoy ciudad china de Lushun), un puerto que no se congelaba en invierno, puso frente a frente a las armadas y ejércitos de rusos y japoneses. La victoria nipona fue brutal, humillando a los rusos con victorias terrestres y fundamentalmente aniquilando a sus buques en cruces navales sobre el mar de Japón. El tremendo descalabro de las fuerzas militares de los zares provocó la Revolución de 1905, antecedente ineludible de lo que sucedería en el futuro.

A pesar de sus enormes territorios y riquezas naturales, Rusia era un imperio que corría de atrás, en la carrera tecnológica de la Revolución Industrial ocurrida durante la segunda parte del siglo XIX. El desarrollo capitalista se trató de un suceso reciente en el imperio de Nicolás II, porque sucedió a largos siglos de absolutismo real, al que intentó reformarse con la construcción de una débil monarquía parlamentaria, solo existente en lo formal, mientras que la autocracia seguía manejando los resortes del poder político y militar.

La incipiente industrialización merced a capitales occidentales creció en las grandes ciudades como Petrogrado (antiguamente San Petersburgo), Moscú, Bakú y Kiev; y provocó el surgimiento de un proletariado industrial que trabajaba en condiciones opresivas y precarias. El frío Domingo Sangriento de enero de 1905 en Petrogrado, al frente del Palacio de Invierno, los cosacos abrieron fuego contra manifestantes obreros que murieron por cientos, reclamando mejores condiciones de trabajo. En el mar Negro se produjo la rebelión del acorazado Potemkin, que enarboló por primera vez la bandera roja en el puerto de Odessa, hasta ser reprimida por tropas zaristas. El acontecimiento fue inmortalizado dos décadas después por el cine soviético, con la famosa película El acorazado Potemkin, dirigida por Serguéi Eisenstein en 1925. Todo esto tenía como telón de fondo la oprobiosa derrota en el oriente. 

A pesar de constituir un enorme llamado de atención para la elite dominante de Rusia, los sucesos de 1905 no hicieron otra cosa que ahondar la distancia entre los zares y su pueblo. El atraso tecnológico de la industria, el desarrollo limitado del capitalismo nacional y las debilidades para producir alimentos para el conjunto de la población hicieron crecer el descontento. Al mismo tiempo, la policía secreta perseguía y reprimía implacablemente a los opositores (marxistas, socialdemócratas e incluso liberales), pero, por sobre todo, a los dirigentes de las formaciones obreras, como el caso de Vladímir Ulianov, conocido como Lenin. En 1914, se produjo el estallido de la I Guerra Mundial con el magnicidio de Sarajevo. Allí Rusia, un histórico aliado de Serbia, declaró la movilización general para enfrentar a los ejércitos del Káiser y de los austrohúngaros.

Ante el clima social imperante en los confines del imperio, con una hambruna que se extendió, la guerra se convirtió en una empresa impopular, donde además los generales zaristas fueron encadenando una derrota tras otra. 

En febrero de 1917, el hambre produjo manifestaciones en Petrogrado, que no pudieron ser sofocadas por la rebelión de las tropas acantonadas en la capital. El levantamiento reclamó el fin de la autocracia y la paz.

Ante el caos reinante, el zar abdicó a principios de marzo poniendo fin a la dinastía de los Romanov que databa de 1600, mientras se conformaba el primer sóviet (comité revolucionario) de Petrogrado. El orden fue precariamente repuesto por un gobierno provisional, pero la revolución se iba extendiendo por los márgenes. Los partidos liberales y reformistas de la Duma conformaron el nuevo régimen y fueron incorporando a socialistas, mencheviques (revolucionarios moderados) y a los bolcheviques, menores en número, pero más decididos a dar un vuelco total a la situación. La decisión de continuar la guerra, que tomó el gobierno presidido por el menchevique Kerenski, fue su ruina. Alemania financió el regreso de Lenin a Petrogrado.

Ante las contradicciones e indecisiones que agravaban la situación, los bolcheviques tomaron por asalto el Palacio de Invierno, sede del gobierno y, merced a lo que puede denominarse un golpe de Estado, se hicieron con el poder. Aun así, a la revolución le costó un enorme esfuerzo consolidar el estado soviético recién hacia 1922, luego de una larga y cruenta guerra civil contra los rusos blancos, tal como se denominó a los que se oponían a los rojos revolucionarios. 

Temas en esta nota

HISTORIA