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ENCRUCIJADAS DEL SIGLO XX

Grandes inventos: el cine, un espectáculo de masas que se transformó en arte

Crédito: Gentileza

El cinematógrafo fue inventado por dos hermanos franceses, apellidados Lumière, en 1895, aunque, fue en la primera mitad del siglo XX cuando el cine se convirtió en una herramienta tecnológica para el entretenimiento de las masas, antes de la llegada y posterior popularización de la televisión.

Como lo definieron los pensadores de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer, en el período de entreguerras, el séptimo arte se transformó en la primera industria cultural a partir de su expansión mundial como medio de entretenimiento. Los Lumière condensaron en su cinematógrafo un mecanismo de reproducción continua de imágenes fotográficas, adaptándolo a un equipo de proyección que giraba a un promedio de 24 cuadros (fotografías de 35 milímetros) por segundo sin sonido. La primera sesión pública incluyó unas breves imágenes que documentaban la salida de obreros de una fábrica y un tren llegando a su estación parisina. 

Lo impactante de ver la reproducción de una cinta proyectada en una gran pantalla se difundió rápidamente por las grandes capitales de occidente, en Europa y EE. UU. En Francia, donde se lanzó el novedoso dispositivo, nombres como Pathé (inventor de una cámara y fundador de la primera empresa cinematográfica) y Gaumont (productor cinematográfico) quedaron asociados al cine para siempre. Sin embargo, ocurrió que, en un lugar geográfico determinado, el cine se volvió una industria a gran escala: Hollywood, una ciudad situada en el área metropolitana de Los Ángeles, al suroeste norteamericano. El particular estilo de costumbres consumistas de los habitantes de ese país  hizo que el entretenimiento que constituía la salida al cine se convirtiera en un ritual familiar y de parejas jóvenes y no tanto de los días de descanso, el cual quedó inmortalizado en grandes películas, como por ejemplo la famosa Verano del 42 (1971). 

El cine, antes que nada, forjó una experiencia novedosa por la mediación tecnológica, que combinaba actuación, escenografía, fotografía y sonido (al principio solo con orquestas o pianos en vivo durante las proyecciones, y desde 1927, incorporado a la película con las cintas sonoras); así se mezclaban distintos formatos en un mismo producto cultural.

Durante las primeras décadas del siglo pasado, el filme mudo tuvo una etapa de gloria en Hollywood, con grandes exponentes como el británico Charles Chaplin, que protagonizó aclamadas obras como La quimera del oro o la colosal Tiempos modernos. Otro destacado fue el estadounidense Buster Keaton, que interpretó las peripecias del Maquinista de La General, ambientada en la guerra de Secesión entre unionistas y confederados. En Europa, durante esos años, fueron creciendo diferentes corrientes artísticas vinculadas a la producción cinematográfica, que, en la posguerra mundial, luego de 1918, progresaron en su prestigio estético. Una de ellas fue el expresionismo alemán, línea que buscó instalarse como contraste del impresionismo en el arte pictórico, cuya particularidad era la subjetividad en la composición. 

El expresionismo creció en el contexto de una Alemania convulsionada por la derrota en la Gran Guerra y gobernada por el partido socialdemócrata, que lideró la república de la Constitución de Weimar, jaqueado recurrentemente por las formaciones políticas reaccionarias y fascistas. A pesar de la inestabilidad política, se trató de una etapa prolífica para el cultivo del arte y la crítica en Europa central. En esa época surgieron la Bauhaus (famoso instituto universitario de artes visuales, arquitectura y urbanismo) y la Escuela de Frankfurt (centro de filosofía crítica), entre otras usinas creativas. Volviendo al expresionismo, esta corriente se destacó justamente por el carácter explícito de su propuesta visual, que cobraba fuerza en los contrastes de color y el maquillaje exagerado de los actores. La obra más destacada de este período es El gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiene.

Otro director destacado fue el renombrado Fritz Lang, creador de la recordada Metrópolis. El ascenso de Hitler al poder, en 1933, acabó con una era irrepetible de la creación artística germana. 

En notas anteriores, mencionamos también a la corriente de cine político de la primera etapa soviética, que está representada por obras maestras como lo fue El acorazado Potemkin (1925), del cineasta Serguéi Eisenstein, ambientada en la convulsionada Odessa, de la revolución fallida de 1905. Al producirse la llegada de Hitler al poder, comentada también en artículos anteriores, la propagando política constituyó un pilar fundamental de la estrategia del régimen totalitario nazi, donde el cine fue un arma simbólica fundamental.

Allí destacamos a la directora Leni Riefenstahl, una creadora cinematográfica nacionalsocialista que produjo El triunfo de la voluntad y Olympia, dos filmes plagados de iconografías y referencias acerca de la supuesta superioridad de la raza aria y el poderío del militarismo alemán. Durante la II Guerra Mundial la tecnología para producción de cine avanzó en gran medida, lo cual permitió que los equipos portátiles registraran escenas reales de combate como nunca en la historia. Los noticieros cinematográficos fueron furor entre el público, para conocer el desarrollo de las operaciones militares en los campos de batalla y por supuesto para reforzar la propaganda, tanto del Eje como de los Aliados.   

Al final de la guerra, con el filme Roma, ciudad abierta (1945), de Roberto Rossellini, surgió un nuevo estilo de narrativa audiovisual: el neorrealismo. Su propuesta estética buscaba retratar con crudeza la tragedia social que dejó el largo conflicto bélico, sobre todo entre la indefensa población civil que sufrió muerte, torturas, desplazamientos forzados y hambre. En esta mirada aguda sobre la realidad, ya en la posguerra, se destacaron Luchino Visconti con La tierra tiembla (1948) y Vittorio De Sica con El lustrabotas (1946) y Ladrón de bicicletas (1948). Está claro que, desde el título, estas cintas señalaban las condiciones durísimas que aquejaron a Europa hacia el final de la contienda mundial.

Para conocer y rememorar el impacto del cine en esos años dorados de los cines de barrio y las proyecciones al aire libre de la primera mitad del siglo XX, es recomendable ver el melodrama Cinema Paradiso (1988), de Giusseppe Tornattore. Se trata de una verdadera oda a la historia del cine como arte popular de masas, que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera al año siguiente. 

Con los avances tecnológicos, posteriores a 1945, el cine continúo creciendo como un arte industrial clave para un nuevo mundo, dividido en dos grandes bloques. La propuesta de Hollywood fue funcional a la propaganda que exaltaba las bondades del capitalismo y develaba la opacidad de los regímenes del socialismo real. Paradójicamente, en los años 50, la comunidad de actores, directores, técnicos y guionistas de California fue una de las victimas preferidas de la caza de brujas que implantó el macartismo. Del otro lado de la cortina de hierro, hubo un cine prolífico, en la URSS, la RDA y Polonia, entre otros países del este, que es incluso aún, muy poco conocido en occidente. La Guerra Fría aportó nuevos temas y narrativas a ambos lados. Para los años 60, la popularidad de la TV en casa, junto a un sinnúmero de contenidos magazines, novelas, deportes, noticieros e incluso películas y series, plantearon alguna crisis al séptimo arte, que, sin embargo, supo reinventarse como industria y aún hoy no pierde vigencia como ritual de consumo cultural. Aunque eso sí, ya no en los cines de barrio, como el que amo Totó (el personaje principal de Cinema Paradiso), sino en los complejos multisala que llegaron con la globalización económica y cultural. 

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