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ENCRUCIJADAS DEL SIGLO XX

Grandes inventos: los satélites y la revolución de las comunicaciones

Crédito: Gentileza

Desde los tiempos pasados de la antigüedad los seres humanos buscaron descubrir procurarse formas de comunicarse a grandes distancias. El primer gran hallazgo fue que el humo que dejaba una gran fogata podía advertirse a grandes distancias y con ello usarse para enviar mensajes. Las carreras de Maratón se corren en homenaje al soldado griego Filipides, que corrió los 42 kilómetros entre ese lugar y Atenas, para avisar de la victoria sobre los persas cayendo muerto después de cumplir esa orden. En la literatura moderna, el escritor de aventuras, Julio Verne, inmortalizó a los románticos mensajeros a caballo en su novela Miguel Strogoff, el correo del zar. Pero tuvieron que pasar varios siglos para que, casi a mediados del XIX, entrara en funcionamiento un dispositivo que posibilitara, con la mediación de la tecnología, enviar mensajes a grandes distancias en forma casi instantánea.

Ese primer gran invento fue el telégrafo electromagnético que utilizaba un código de líneas y puntos, inventado por un pintor norteamericano llamado Samuel Morse. Esta idea fue evolucionando con el tiempo y los telégrafos se fueron haciendo más precisos y confiables. En la guerra de Secesión de EE. UU. fueron usados para coordinar las acciones militares debido a las enormes extensiones del teatro de operaciones bélico.  En el siglo XX, la tecnología avanzó tanto que durante la I Guerra Mundial se pudieron cifrar los mensajes para evitar ser interceptados por el enemigo. En esto, los innovadores fueron los ingenieros militares del Káiser. Pero, con el descubrimiento de la capacidad de transporte de señales por ondas electromagnéticas, se abrió paso una nueva era de las comunicaciones. A la leyenda de Morse, que inmortalizo su código con su apellido, se sumaron otros ilustres como Tesla, Hertz y Marconi. La popularización de la ciencia moderna aportó un gran dinamismo a los descubrimientos, a pesar de las características tan técnicas de la comunicación por ondas. 

Al uso de las ondas para transmitir mensajes se agregó la posibilidad de usar esta herramienta como aparato técnico para transmitir un contenido continuo. Nació de esa forma la radio como medio, o la radiodifusión. Paradójicamente, no fue en los países desarrollados de occidente donde comenzó esta historia, sino en el Cono Sur de América. El 27 de agosto de 1920, desde el techo del Teatro Coliseo de Buenos Aires se produjo la primera emisión radiofónica de formato broadcast (irradiación de un punto a múltiples receptores) con la ópera Parsifal, de Wagner. Los inventores pasaron a la posteridad como los Locos de la Azotea. Tiempo después, en Latinoamérica, México creó la primera estación de radio. Por muchos años, los equipos fueron de gran tamaño por el uso de válvulas, aunque para los años 50, el invento del transistor permitió reducir en gran medida los equipos de transmisión y de recepción. 

Una problemática que limitaba las transmisiones de radio, en particular, porque el alcance de estas obedece a la curvatura de la Tierra (disculpen los terraplanistas de moda), a raíz de que las ondas se desplazan de un punto a otro en línea recta. Por ello, los investigadores buscaron la forma de saltar este obstáculo natural. La solución, como paso en la historia con otros desafíos al ingenio del ser humano, vino de los avances científicos que se producen en tiempos de guerra. Durante la II Guerra Mundial, los alemanes lograron avances sorprendentes en la cohetería, investigando sobre motores y combustibles. Hitler, ante el cambio del curso de la guerra entre 1942 y el 43, apostó a las armas secretas para lograr la superioridad tecnológica en la producción de armas, a fin de aterrorizar a la población de los países aliados. Fue en la localidad de Peenemünde, una base sobre el mar Báltico, donde los científicos alemanes, entre los que se destacó Werner von Braun, investigaron y probaron los temibles cohetes V1 y V2 (antecesores de los actuales misiles de crucero y los ICBM), con los que azotaron Londres y otras ciudades, en los últimos años del conflicto. 

Al final de la guerra, norteamericanos y soviéticos buscaron por toda la Europa liberada a ingenieros, físicos y astrocientíficos alemanes. Von Braun emigró a EE. UU. y lideró el programa estadounidense de cohetes, pero en las URSS recalaron muchos otros también. La carrera armamentística que desató la Guerra Fría tuvo su capítulo particular en lo atinente a la competencia espacial, es decir, explorar lo que está más allá de la atmósfera terrestre, donde reina el vacío. En octubre de 1957, la Unión Soviética sorprendió al mundo poniendo en órbita terrestre al primer satélite artificial de la historia, el Sputnik 1, por medio de un lanzador espacial, que no era otra cosa que un cohete desarrollado a partir del alemán V2. Desde entonces, se aceleró la investigación sobre esta nueva tecnología que posibilitaría, en el caso de las comunicaciones, superar el problema de la curvatura de la tierra mencionado, porque estos dispositivos funcionarían como antenas en órbita baja o en la geoestacionaria (sobre la línea del Ecuador planetaria).

El uso de los satélites fue revolucionario y permitió que las telecomunicaciones por ondas se pudieran transformar en globales, tanto de las ondas para comunicaciones telefónicas como radiodifusión, y las señales de televisión. Pero no solo impactó en el mundo de los mensajes y señales sino que también cambió la astronomía, la meteorología, la navegación marítima y aérea; y sin dudas fueron importantes sus usos militares: satélites espía de reconocimiento, de control de misiles balísticos, e incluso se fantaseó mucho tiempo con dotarlos de armas ofensivas. El impacto aún se sostiene y se acrecienta, ya que hoy no existirían cosas tan mundanas como el GPS, Internet o el wifi sino se hubieran inventado los satélites artificiales y sus lanzaderas. Con el tiempo, el dominio de la tecnología abarató sus costos y posibilito que muchos países produjeran los suyos. Esto ha sucedido en las últimas décadas en Argentina, donde existen empresas públicas como Arsat (Estado nacional) e Invap (provincia de Río Negro), que investigan, fabrican y gestionan la puesta en órbita de satélites argentinos. 

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