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ENCRUCIJADAS DEL SIGLO XX

Urbes emblemáticas: Barcelona, de la ciudad condal a la ciudad global

Crédito: Gentileza

La ciudad más importante de la costa mediterránea española es Barcelona, capital de la Comunidad Autónoma de Cataluña y uno de los epicentros de la historia de la península ibérica desde los albores de la humanidad. Durante la época medieval, la ciudad comenzó su etapa de notoriedad al transformarse del condado de Barcelona al mayor faro político del Reino de Aragón, que dominó buena parte del Mediterráneo.

Parte de esta historia puede verse en la serie de Netflix La catedral del mar (2017), que cuenta una historia ambientada en esa etapa en la ciudad. 

El final de la Edad Media, la unificación de la corona española entre Castilla y Aragón y el posterior descubrimiento de América ensombrecieron al Mediterráneo como epicentro geopolítico del poder y los intercambios comerciales del mundo occidental, para dar paso al protagonismo del nuevo mundo, la corte madrileña y los puertos del Atlántico, en el caso de España. Durante la Edad Moderna, la Guerra de Sucesión española encontró a la ciudad en medio del teatro de operaciones y provocó el sufrimiento de la población por las acciones que tuvieron lugar en su entorno y la consecuente pérdida de sus fueros al quedar en el bando vencido. En la segunda mitad del siglo XVIII, la Revolución Industrial le devolvió un protagonismo perdido, al ser una ciudad pionera en el desarrollo manufacturero de la península. 

El siglo XIX encontró a la capital catalana en crecimiento -después del final de las guerras napoleónicas-, aplicando procesos industriales (siguiendo el ejemplo de Gran Bretaña), los cuales propiciaron el desarrollo económico. Un dato elocuente fue que la ciudad se expandió por fuera de las murallas medievales, lo que marcó el aumento de población y propulsó un sinnúmero de transformaciones urbanísticas, entre los cuales estuvo la emblemática rambla, plazas, edificios públicos y palacios. La ciudad fue pionera en la construcción del primer ferrocarril de la península ibérica, lo que impulsó la relación con las poblaciones cercanas y paulatinamente la transformó en un área metropolitana. El poderío industrial trajo aparejado -como en otras ciudades de la época- el aumento de la conflictividad con las clases obreras, debido al auge de las ideas socialistas y anarquistas en las últimas décadas del siglo XIX. 

El independentismo catalán fue un sentimiento latente. La crisis política española de las tres últimas décadas y el posterior desastre del 98 (guerra hispanoamericana, que significó la pérdida de las colonias en Cuba y Filipinas) alimentaron el sueño liberador a la vez que la prosperidad consolidó a Barcelona como la segunda ciudad del país y aumentó la rivalidad con la capital madrileña, baluarte de la hispanidad. El siglo XX transformó definitivamente a la ciudad condal en protagonista de la historia de un siglo trágico, partido en dos por la guerra civil. En 1909, las continuas levas de soldados pertenecientes a las clases subalternas (las elites pagaban por no ir a la batalla) para combatir en la guerra colonial del Riff en el Marruecos español causaron un levantamiento popular conocido como la Semana Trágica, que cubrió de barricadas las calles y provocó el ataque a iglesias y conventos de obreros enardecidos. La brutal represión y juzgamiento de agitadores por el ejército no hizo otra cosa que alimentar aún más el secesionismo regional, que sin embargo fue combatido especialmente durante la dictadura del general Primo de Rivera, paradójicamente capitán general de Cataluña antes del golpe de Estado. 

La crisis de la dictadura, coincidente con el crac de la bolsa de Nueva York de 1929, parió a la Segunda República Española, proclamada en 1931. La nueva democracia les devolvió la singularidad a las autonomías, lo que fomentó el ascenso de Esquerra Republicana (izquierda republicana) y asomó el liderazgo de Lluis Companys, presidente de la Generalitat (gobierno autónomo) recuperada luego de mucho tiempo. La inestabilidad de los gobiernos republicanos y la violencia desatada entre las facciones de izquierda y derecha, en una Europa camino al desastre, llevaron a la consumación del alzamiento militar del 18 de julio de 1936, que inició la guerra civil. La ciudad era entonces sede de la Olimpiada Popular Obrera, contrapuesta a la cita oficial que se realizaba en Berlín.  Por ello, quizás, resistió el alzamiento y al avance de las tropas regulares y milicias derechistas; contando el aporte de los Mozos de Escuadra (guardia civil), que mantuvieron lealtad a la República. En el conflicto fratricida, la ciudad fue sede de enfrentamientos entre republicanos catalanistas, comunistas y anarquistas por el control de la región, a la par de campañas constantes contra el enemigo común nacionalista. 

A fines de 1938, la derrota en la batalla del Ebro selló el destino republicano en la guerra. La caída de Barcelona en manos nacionalistas provocó un éxodo a Francia, aunque muchos regresaron al estallar la II Guerra Mundial. Durante la dictadura franquista, la represión al catalanismo y las nacionalidades ibéricas fue feroz. El idioma y los símbolos patrióticos regionales fueron prohibidos.

A pesar de ello, en los años 60 y principios de los 70 el crecimiento de la ciudad en población y poderío económico no se detuvo. La muerte de Franco en 1975 trajo de vuelta la democracia. El artífice de la transición española, Adolfo Suárez, gestionó la aprobación de la Constitución (1978) y el Estatuto de las Autonomías (1979), que devolvió protagonismo a la Generalitat. El conservador nacionalista Jordi Pujol fue el primer presidente. La autonomía recuperada reavivó el nacionalismo catalán, pero no al nivel de la violencia de la ETA en el país vasco, que arrancó en los 60 y puso en jaque al nuevo gobierno. Los 80 fueron difíciles para la ciudad por la crisis económica. Esto empezaría a cambiar un 17 de octubre de 1987 cuando millones de catalanes salieron a festejar la elección de la ciudad como sede de los JJ. OO. de 1992. La transformación urbanística para la gran cita fue impresionante, los barceloneses le dieron un brillo inusitado a los primeros Juegos de la posguerra fría, que incluyó a los gigantes de la NBA como frutilla del postre.

Barcelona entró definitivamente a la globalización, como caso testigo de los cambios urbanos que acarreaba la era de la información, como explicaron en un libro sobre la cuestión dos grandes pensadores: Jordi Borja y Manuel Castells. 

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