Cultura en el siglo XX: pospunk, gótico y dark, el giro oscuro de los 80

El estilo musical más impactante e influyente de la segunda mitad del siglo XX fue el rock and roll, sin lugar a duda. Al comienzo de la posguerra mundial en 1945, después de tres décadas de conflictos bélicos globales, contiendas civiles fratricidas y varios genocidios, que costaron la vida a millones de jóvenes en todo el planeta, la categoría juventud cobraría una potencia inusitada en lo que se conocería como la cultura de masas. Hasta el inicio de la posguerra, la juventud era considerada un período breve en la vida de las personas, donde las costumbres y tradiciones occidentales propiciaban formar rápido una familia y entrar así en la vida adulta, tomando responsabilidades de trabajo y crianza de los hijos. Los cambios culturales que operaron en la sociedad de EE. UU., como el país que asomó de la Guerra Mundial con un auge económico y pleno empleo, impactaron en la forma de ser jóvenes de su población menor de 25 años, como vimos en artículos anteriores de esta columna.
La mayor disponibilidad de recursos de las familias, el aumento exponencial de la oferta de ocio y entretenimiento y el creciente acceso a la educación superior alargaron el pasaje por la etapa juvenil. En la Europa arrasada por el nazismo, la necesaria y previa recuperación económica hizo que el fenómeno se diera para mediados de los años 50.
El impacto más importante se dio en el consumo de productos de la industria cultural: cine de Hollywood, cómics, series de la naciente televisión y música. En este último caso, el surgimiento del rock and roll en territorio estadounidense, impactó en la cultura occidental por la fusión de distintos estilos: el jazz, el blues, y el rhythm blues, entre otros. Para los años 60, desde las islas británicas llegó la respuesta europea con el boom de los populares Beatles y el espectáculo desobediente de los Rolling Stones. Como señalamos también en notas anteriores, esta década fue conflictiva en EE. UU.
por varias cuestiones políticas y sociales ya tratadas, como la lucha del movimiento antirracista de los Civil Rights y las tensiones de la Guerra Fría en Cuba y Vietnam. Las tiranteces persistentes contribuyeron a la emergencia de un movimiento contracultural centrado en los hippies, quienes impulsaron el folk rock y la experimentación con drogas opiáceas, sumando una predica pacifista. Tuvieron su momento cumbre en el multitudinario festival de Woodstock en 1969. Para la década del 70, el mundo entró en crisis por la suba de los precios del petróleo debido al conflicto árabe -israelí en Medio Oriente, que movió a la OPEP a multiplicar por cuatro el precio del barril. La producción industrial europea se vio afectada y puso en jaque el sostenimiento del Estado de bienestar, dándole punto final a "los años dorados". Le incertidumbre en el horizonte y el desempleo creciente de los jóvenes parieron al crudo movimiento punk y su consigna: ¡No hay futuro!
La década del 80 trajo aparejada la revolución conservadora de Reagan en Norteamérica y Tatcher en Gran Bretaña. Esta última utilizó el conflicto de Malvinas, paradójicamente, como salvavidas para su creciente impopularidad, ya que barrió con el Estado de bienestar. Una historia que grafica en tono de comedia negra esta etapa es la película Full Monty (1997), de Peter Cattaneo. El filme relata la vida de un grupo de obreros metalúrgicos desempleados de Sheffield, que montan un espectáculo de strippers a fin de sostener a sus familias, con todas las contradicciones que eso les genera.
En la escena musical, la crisis de perspectivas de futuro, que algunos atribuyeron a los efectos de la posmodernidad, contribuyó a la llegada de nuevos subgéneros del rock. Entre ellos se destacó lo que los especialistas de la crítica musical denominaron simplemente: el pospunk. En esta nueva categoría se incluyeron a un sinnúmero de artistas y bandas, que, alejándose del sonido crudo del punk, mezclaron diferentes estéticas musicales en un amplio abanico de propuestas.
Tomaron cosas del jazz, el funk, el dub, la música disco y la naciente electrónica. Entre las bandas más conocidas se pueden señalar a Siouxsie, Talking Heads, Joy Division, The Cure y The Fall. El denominador común de la estética pospunk, a diferencia de la aparente violencia del pogo introducido por el punk, fue el baile y la fiesta con desenfreno, alimentada por el alcohol y las drogas sintéticas que ganaban espacio en el consumo de los jóvenes de clases medias en crisis. Ian Curtis, mítico líder de Joy Division, fue uno de los iconos de esta época, con su baile frenético, voz grave y letras oscuras. Se suicidó a los 23 años. No había futuro como en el punk, pero mientras divirtámonos sin importarnos nada, parecía ser la consigna.
En paralelo al pospunk, fue creciendo otra estética similar, que incorporaba ritmos como el reggae, el ska y el glam, junto con todo el acarreo cultural precedente. Se lo conoció como la new wave (nueva ola). Este estilo era más cercano al pop y buscaba ser más entretenido y bailable, y por lo tanto apelaba a una mayor masividad y consumo comercial. Aquí se destacaron The Police, Blondie y The Cars, entre otros. Las etiquetas eran intercambiables, porque la crítica encasillaba a unos u otros en las mismas corrientes musicales paralelas. Avanzada la década, la confluencia del característico rock de guitarras británico, con los sintezadores, contribuyeron al surgimiento de dos subgéneros casi gemelos: el gótico y el dark. La idea común que atrajo a muchos jóvenes era la melancolía puesta en la música y las letras con poética oscura, condimentados por la estética medieval, donde predominaba el color negro en los atuendos.
La influencia de estas corrientes abarco una década marcada por la crisis del Estado de bienestar en todo el mundo y la perdida de confianza en los proyectos colectivos, previos al final de la Guerra Fría. El individualismo creciente, el hedonismo, mezclados con cierto glamur y estilo medievales expresaban las tensiones de una cultura musical tensionada y casi definitivamente absorbidas por el mercado de la música. El rock, que otrora significo en los 60 un poderosos movimiento contracultural, era inexorablemente deglutido por el mainstream comercial en una lucha desigual. Parecía una Hidra de Lerna, porque creaba subgéneros y clausuraba otros como esa bestia de muchas cabezas, que no podía eliminarse porque al morir una, nacían otras.