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Ciudad de los brazos abiertos

Carnaval Artesanal del País: un esfuerzo colectivo que transforma la tradición en arte

En cada paso y en cada giro, los comparseros dan vida a los colores que representan su identidad cultural, convirtiendo esta fiesta en una celebración vibrante de dedicación, esfuerzo y amor.

La noche inaugural del Carnaval Artesanal en Monte Caseros fue un verdadero espectáculo para los sentidos. Desde el momento en que las luces comenzaron a brillar en el renovado corsódromo, la alegría se hizo palpable en el aire. Las calles se llenaron de risas, música y el bullicio característico de los montecasereños, quienes saben cómo celebrar la vida con una energía contagiosa.

La euforia del público era innegable; cada rincón del corsódromo estaba colmado de familias, amigos y turistas que se acercaron para disfrutar de esta festividad única.

Entre la multitud, resonaban los ecos de viejas melodías y nuevos ritmos, mientras las comparsas desfilaban con un despliegue impresionante de trajes brillantes y carrozas escultóricas. Entre ellas, María Shangay provocó nostalgia, ya que su última participación había sido en 2006. Su regreso fue recibido con aplausos y vítores, recordando a todos aquellos momentos compartidos en el pasado.

La inclusión fue otro de los pilares fundamentales de esta celebración. Con baños adaptados y tribunas con rampas para personas con discapacidad, Monte Caseros demostró su compromiso por hacer del carnaval un evento accesible para todos. Esta atención al detalle permitió que cada asistente pudiera disfrutar plenamente de la experiencia sin barreras. La puesta en escena fue el resultado del articulado trabajo entre el Gobierno municipal y Alma Producciones, con el que la ciudadanía se comprometió en su conjunto. 

Los trabajadores que se encargaron de la logística, aquellos que licitaron las cantinas y la nieve, así como cada persona que adquirió su ticket, contribuyeron a la sustentabilidad y crecimiento del show. Esta colaboración comunitaria es lo que hace que el carnaval sea no solo un evento festivo, sino una verdadera celebración del esfuerzo colectivo.

Los diseños meticulosamente elaborados fueron un deleite visual. Los trajes bordados a mano brillaban bajo las luces del corsódromo, mientras los espaldares imponentes y los cascos repletos de plumas dejaban sin aliento a quienes presenciaban el desfile. Las inmensas carrozas fueron testigos del arduo trabajo realizado por cada comparsa durante meses previos al carnaval.

Entre las infantiles se destacó Carumberacito, que este año celebró 44 años de trayectoria. Cristina Bruni, una de sus representantes, compartió su entusiasmo: "Estamos muy contentos porque los chicos estuvieron lindos de punta a punta. Han trabajado y se esforzaron mucho". Su dedicación no pasó desapercibida; el esfuerzo colectivo por preparar las carrozas desde horas tempranas reflejó el compromiso con la tradición cultural.

Belén, encargada del puesto de glitter (maquillaje con purpurina), destacó la gran afluencia de público: "La cantidad de gente explotó esta noche. La gente se acerca a hacerse algunos detalles vibrantes en el rostro". Su entusiasmo por ver a todos disfrutar del carnaval era evidente; cada detalle cuenta para hacer esta fiesta aún más especial.

Bailar en el corsódromo es una experiencia que trasciende la simple actuación, es un viaje emocional. Como dice Valentina Lezcano, una bailarina veterana: "Ser comparsera es llevar en el corazón el latido de la música y el ritmo del pueblo. Cada paso que damos es un homenaje a nuestras raíces y cada pirueta es una celebración de nuestra cultura". 

Esta pasión se siente en cada movimiento, donde los bailarines se convierten en portadores de historias y tradiciones que se han transmitido de generación en generación.

La conexión entre los comparseros es fundamental. Según Lucas, un joven bailarín, "en el corsódromo somos una gran familia. Cada ensayo, cada presentación, nos une más. Cuando estamos en el escenario, no solo bailamos para nosotros, sino para todos los que han soñado con este momento". 

Esa unión se refleja en la energía que se desprende del grupo, creando una atmósfera vibrante que contagia al público y transforma cada actuación en un espectáculo inolvidable.

Finalmente, ser comparsero también implica un compromiso con la creatividad y la innovación. Como menciona Sofía, una coreógrafa apasionada: "En el corsódromo, tenemos la libertad de reinventarnos cada año. Ser comparsero significa abrazar la tradición y al mismo tiempo atreverse a soñar con nuevas formas de expresión". 

Esta mezcla de lo antiguo y lo nuevo es lo que hace que cada desfile sea único, manteniendo viva la esencia de la cultura mientras se exploran nuevas posibilidades artísticas.